






Barcelona, 9:30 am
A lo lejos, parece una de las montañas más hermosas de Barcelona. Una alfombra verde que fue sede de una exposición universal hace ya casi un siglo y que le ha dado extrema relevancia a la ciudad.
De cerca, es un laberinto del pecado. El Montjuic, es tradicionalmente el sitio de cruising de la ciudad, donde cientos van todos los días a que desconocidos de todos los rincones de la ciudad se pierdan entre sus caminos para coger sin límites, para sacarse leche bajo el amparo de un bosque urbano.
Allí es donde me han citado hoy. De hecho, a los pies de una obra maestra de la arquitectura, creada para esa exposición universal. Ellos, Paco y Manolo son dos fotógrafos que tienen una revista sobre la sexualidad masculina, sus desenfrenos y sus vivencias. Hay gente de todas partes, de todos los estratos sociales y de todas las condiciones económicas, como el cruising mismo.
Pensaba que era un punto de encuentro más para de ahí ir a un estudio. Llegue aún un tanto apesadumbrado, de capa caída porque era una cita a las 9:30 am en un país que se va a dormir a las 2:00 am. “Es porque a esta hora hay una linda luz” dice Manolo, luego de saludarlos a mi llegada. “Y también, es porque hay poca gente” completa Paco.
En ese momento supe hacia donde apuntaría todo. Si bien era una sesión de fotos desnudo, lo era al aire libre, en una de las zonas de cruising más grandes de Europa. Hablamos que en sus fotografías, querían explorar la sexualidad de sus modelos, de cómo disfrutan. Sin siquiera saberlo ellos, estaban llevándome al epicentro de mi gran fetiche.
Hacia mucho no me desnudaba para una revista. Ya hoy, la verdad, me vale poco o nada, o como dicen aquí, me lo paso “por los guevos”. He entendido que muchas de las cosas que me gustan hacer, en el pasado las deje de hacer por el miedo al que dirán. Muchos dejamos de disfrutar nuestros fetiches solamente porque queremos ser cómodos, porque perdemos mucho tiempo intentando encajar en ciertas casillas sociales.
Por eso tal vez, se me hizo sencillo quitarme la ropa. Sin tanta pausa o traba, era apenas el primer paso para las fotografías. Sabía que estaba a escasos metros del andén, de donde hay varios carros pasando y que, en un posible minuto apareciera un corredor subiendo la montaña. Las instrucciones eran propicias precisamente para evitar algún momento incómodo: debía ponerme las bermudas y la ropa interior abajo, para que en caso de alguna emergencia, me vistiera en segundos.
Comenzábamos a hablar de mi vida, de como disfrutaba mis fetiches. Era innegable que me sentía en un caldo de cultivo para una desmedida experiencia sexual si no sabía controlarme. ¿Pero que es control? ¿Que es sino una censura al impulso meramente humano de sentir placer? No dejaba de pensarlo mientras hablábamos y sentía como dentro de mis bermudas, mi verga simplemente crecía a impulsos. No era necesaria una erección, ni nada extraordinario para estas fotos, simplemente hacer lo que yo quería hacer.
Lo cual es carta blanca para mis más oscuros impulsos.
Cuando caminaba con ellos por los senderos de la montaña, a mis pies solo veía condones usados. No cabe duda que eran evidencia de alguna cogida salvaje, entre dos desconocidos, que dejaron simplemente el control a un lado del camino, con el peligro de ser observados.
“Y en ese muro uno de los modelos se hizo un pajazo”, un muro lleno de graffitis, con olor a meadas frescas del último botellón que habría pasado la noche anterior. Me contaba que era un chico de Irán, que sabía que si alguien en su país supiera lo que había hecho, se enfrentaba a un grave problema en caso de volver. “Le preguntamos si quería detenerse y dijo que no, que había que hacerlo”.
En el pasado pude arrepentirme, pero ahora me siento en extrema libertad. Creo que después de vivir dos años en un país con tantas libertades cortadas y un año de una pandemia que nos encerró hasta los sueños, he sentido que poco o nada debería detenerme y que muchas cosas hay que dejarlas fluir. Una de esas, eso de volver a salir a la calle y poder disfrutar de mi sexualidad.
“Quiero intentar algo”, les dije. Me desnude por completo y volví a ponerme las botas. Ellos, escépticos, sabían que sería una jugada arriesgada si alguien de momento aparecía en el camino, ya que sería físicamente imposible que yo volviera a vestirme de inmediato. Arriba, había una carretera donde pasaban carros. Al frente, un camino donde pasan a ratos personas a trotar. Abajo, un estacionamiento donde a veces paraban algunos para salir a recorrer el parque y claro, ellos dos al frente. Estaba lo suficientemente excitado para dejarme llevar.
Querían unas fotos en el sitio, del cual estaba apenas inundado de condones y donde se notaban algunas prendas rotas. La sangre empezaba a bombearme sin control, más sabiendo que podía ser atrapado en cualquier momento, pero más aún de saber que estaba siendo observado de forma incondicional. Empecé a escupirme la verga, como tantas veces lo he hecho en el cruising y solamente era cuestión de dejarme arrastrar por el pequeño calor del sol de la mañana.
Tenía varios días sin masturbarme, en grab parte y culpa porque me he quedado en casa de un familiar todo este tiempo y no había tiempo para jalármela. Tampoco había salido de cruising, ante las entregas de la universidad y el poco tiempo que tenía. Pero ahí estaba, sin planearlo, en una montaña siendo observado, estando completamente desnudo, en un sitio donde muchos más han dado rienda suelta al placer.
En cada foto me decían que cerrara los ojos y los volviera a abrir. Era una forma de relajarme y tener un registro de las expresiones. Pero cada vez era más difícil abrirlos, porque cada vez me la agarraba y sentía una necesidad, -si, necesidad- de masturbarme. No solo de eso, sino de hacerlo al frente de ellos, sin pudor alguno y por que no, al frente de cualquiera que se atreviera a pasar por el lugar.
Llegó el punto en que ya no estaba ni siquiera pendiente de la presencia ni de. Las fotos, simplemente me masturbaba a un ritmo, me escupía la verga e imaginaba las escenas sexuales, de ficción claro, que podían suceder en aquellas escaleras tapizadas con condones usados. Pensaba en mis viejas historias de cruising y en las cosas que pudiera hacer en ese momento, con el que se llegara a interesar por estar ahí.
Lo que no sabía y no esperaba era que el cerrar los ojos no sería más que el denotante para cuando los abriera. Al hacerlo, como tantas veces lo habían pedido, los vi tomándome fotos directamente. Sin mediar palabra, pero mirándome fijamente al hacerlo. No pude evitar entonces fijar mi mirada en la cámara y saber que no solamente estaba ahí por el cruising sino por el exhibicionismo. Que ese era el momento donde no había vuelta atrás. Que ahí, entre la maleza no podía controlarme, sin dejar medias tintas mi caminata por el Montjuic.
El jadeo era tal vez lo único que acompañaba a los clicks de las cámaras y fue entonces que, sin mediar palabra, me corrí en el suelo. Desnudo, usando solamente mis botas y mis medias, en medio de un parque, no vi más necesidad que deslecharme en frente de dos desconocidos y que ellos tuviesen el poder de registrarlo con una cámara. Un morbo que no había explorado desde hace años, cuando en alguna ducha de Bogotá, ayudé a un colega fotógrafo con un book de fotos.
Pero esto era diferente. Ya no era el mismo que exploraba haciendo desnudos en Colombia. No era el mismo que se masturbaba a escondidas en China. No era el mismo que le daba pena hacer cruising en Panamá. Algo en mi estaba completo esta vez, como un cúmulo de varias y varias semanas de reconocerme en plena libertad.
“¿Te quieres limpiar la leche colega?”, me ha dicho uno de ellos.
“No se preocupen, tengo lengua”, respondía, mientras me lamía la mano con algo de hambre, dejando un charco de semen en un sitio donde no sería el primero, ni el último en hacerlo.