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Barcelona, 6:30 pm. Había recibido un mensaje en el chat. U..

Barcelona, 6:30 pm.

Había recibido un mensaje en el chat. Un colega pajero de Barcelona, que me habían recomendado, me preguntaba si tenía tiempo para una sesión de paja en su casa. Básicamente se trataba de ir a visitarlo, ver porno y hacernos una paja juntos. Después de una breve charla donde compaginamos gustos, me preguntó sobre mi trabajo o mi paso por la ciudad y caernos bien, aceptó mi visita.

Entro en su apartamento, donde me recibe un sujeto vestido solamente con su ropa interior que me hace pasar sin miramientos a la sala. 1.95 metros de altura, unos diez años mayor que yo y bastante educado. En la mesa solamente reposaba un portátil con porno que previamente habíamos elegido, de varios amigos haciéndose una paja juntos, una botella de agua y un frasco de Albolene, una crema lubricante que es para muchos de los pajeros, una de las mejores para hacerse la paja.

El sofá estaba recubierto por una enorme toalla. Por experiencia podría decir que una buena sesión de pajeros siempre va a llevar una fuerte sudoración y siendo este un verano algo caliente en Barcelona, era cuestión de minutos para que sudáramos como animales. Porque todo fue así. En la pantalla corrían escenas de friendly fire, una categoría del porno donde dos o mas hombres se masturban cerca y se corren sin tocarse sus cuerpos, muchos usando el semen del otro para terminar de masturbarse. Una práctica que aunque no lo crean, es muy común entre heterosexuales y bisexuales. Resultaba interesante que para él y para mi, coincidiéramos en aquél gusto.

“¿Te gusta?”, me pregunta en tono informal.
“Si, déjalo. Está buena la escena”, respondí mientras me desnudaba rápidamente frente a sus ojos. Al quitarme la ropa interior, una gota pesada de precum salta por el aire a lo que ambos nos miramos en complicidad. “”Es que llevo mucho sin paja desde que me estoy quedando acompañado en el cuarto”.

Lado a lado, cada quien con su verga en mano, nos empezamos a pajear. “¿Tienes prisa?” a lo que respondo que no. Es que en las sesiones de paja no puede haber prisa. Uno va al ritmo que el otro indique y con él las cosas iban un tanto a ritmo constante. Me pasa el Albolene y cada quien saca su porción suficiente para lubricarse la verga: la crema, algo pastosa, tiene un comportamiento térmico muy arrechante que hace que la erección se ponga a tope del calor que genera la fricción, siendo algo interesante ya que no es un producto pensado para eso. Me di cuenta inmediatamente al empezar a subir y bajar el ritmo de mi paja junto a la de él. Nos dimos cuenta casi al unísono que esto iba a largo.

Como han visto en muchos videos, tiendo a abrir mucho las piernas cuando me masturbo, algo que no demoré en hacer. En ese momento, agarra mi pierna y la pone sobre la suya preguntándome si quiere una cruzada. Una paja cruzada es propia de esto de “coleguear” -como le dicen aquí en España- donde uno agarra la verga del otro y a su propio ritmo impone la velocidad, presión y control del orgasmo del otro. Sin importarme mucho, dije que sí sin tener idea de lo que iba a pasar: sujetándome fuerte la verga, liberando la presión a ratos, poco a poco controla la velocidad de lo que estaba sucediendo mientras imitaba su velocidad con mi mano. Esa era la idea, ver como responde el otro a los ambos hacemos imitándonos. Cerca y más cerca, su respiración estaba en mi oido mientras yo, contraigo y sin poder parar su velocidad me iba dejando llevar más y más.

Y me corrí.
En su mano quedó una espesa gota de leche que salía lentamente de mi. Alcanzó a decir algo que intuía sorpresa, por haberme corrido sin llegar más tiempo de lo pensado. “Tranquilo, sigue”, le respondí.

Mi verga no bajaba y sabía que en mis guevos aún había mas leche que sacar. Uno lo sabe, tu también, cuando se sienten pesados y después de varios días no hay momento para sacarse leche en paz. Se lo hice saber y entonces no fue sino continuar. El sudor a estas alturas era tan lubricante que la misma crema. La respiración se cortaba mientras empezábamos a ser verbales y a depender del otro para la paja. Ambos sabíamos que nos gustaba el gooning y fue cuestión de abstraernos en la masturbación para que casi automáticamente empezáramos a jadear y a que la saliva corra libre de cada quien. Cuando se goonea, se babea como animal. La respiración se agita. Lo único es tu verga y nada más. Los ojos se blanquean. Es una práctica tan extraña, es un estado mental tan indescriptible el centrarse únicamente en masturbarse que uno se vuelve ajeno o tal vez, uno se vuelve lo que realmente es. Por eso son pocos los videos de gooning en internet, ya que muchos no nos reconocemos cuando los grabamos o incluso, es extraño practicarlo con alguien que no ande en lo mismo, ya que puedes verte ridículo si el otro no está en la misma práctica.

Pero a él no le importaba y lo hacíamos juntos. Los guevos, estaban uno frente al otro mientras con mi mano, masturbaba ambas vergas mientras él aplicaba más lubricante. Las gotas de sudor caían y la saliva que descontroladamente chorreaba sobre nuestras vergas apenas eran la ayuda que necesitábamos. Frente a frente, sujetándome mi cabeza con fuerza a su propia frente, seguíamos desesperadamente intentando sacarnos leche. Escupiendo hacia abajo, escupiendo al frente, sudando fuertemente, sin importar lo que sucedía en el portátil.

El ritmo estaba tan acelerado y era al unísono que era cuestión de minutos para darnos cuenta que el punto de no retorno se acercaba. El trato era simple, el que primero se corriera era el que podía echársela en la boca del otro. Así que, frente a frente sentados estábamos compitiendo por cual de los dos iba a perder o a ganar, dependiendo del punto de vista. Como si fuera una carrera contra reloj, me mira fuertemente a los ojos y alcanza a decir mi nombre. Perdí. Me empuja del pecho acostándome en el sofá y en dos segundos ya tenía su verga en mi boca. Uno, dos, cinco chorros de leche caliente caían en mi barba. Por segundos pude haber ganado ya que al momento de sentirlo, ya estaba corriéndome con él, a más cantidad que la primera paja que nos habíamos pegado una hora antes.

Uno al lado del otro nos sentamos mirándonos y riéndonos.

“¿Dónde dices que trabajabas?”, me preguntó nuevamente mientras se levantaba a traer una toalla.

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