





Maspalomas, Gran Canaria.
Área 1: Los Camellos.
6:50 pm.
Hace dos años vine a Maspalomas. En esa oportunidad, aún previo al COVID, era considerada una de las áreas de cruising más populares del país. Las historias iban y venían: que habían orgias, que era a total libertad, que no habían restricciones de nada. También, que las parejas heterosexuales tenían sexo a la vista de todos. Que era Sodoma y Gomorra.
Así con toda esa información fui. Fui inocente, a caminar entre las dunas y mirar que podía hacer mientras estaba desnudo por todo el parque natural. ¿El resultado? Once. Nunca en mi vida había mamado once vergas en un sólo día. Era una, tras otra, tras otra. Caminaba en el parque y entre varios sólo querían darme leche, a costa de lo que fuera, con tal de satisfacerme lo que en ese entonces pensaba que era pura curiosidad.
Recuerdo esa vez que había dejado el carro en el área de los Camellos, un área que está ubicada detrás del parque de golf donde se puede estacionar gratis. Ahí, a media luz porque se iba el sol, termine yendo, no sin antes ver que en medio de los árboles había un señor trotando en ropa deportiva y otro, un tanto perdido o despistado, sin saber que más hacer. Yo sabía que querían, por eso sin dudarlo fui hasta donde estaban y con las rodillas en el suelo hice lo que llevaba toda la tarde haciendo. Al final, fueron el número diez y el número once.
Esa parte de la playa se llama Los Camellos, es una parte donde se ingresa a las Dunas de Maspalomas desde arriba, porque aquí el estacionamiento es gratuito. Precisamente por eso, es la parte donde llegan los locales todos los días, después de trabajar pero antes de llegar a casa a probar suerte y ver qué pasa dentro. Si, sucede que muchos son casados, personas con familia, curiosos, bisexuales, de closet, etc, que quieren tener un rato de escapada. Lo increíble de Camellos, es que esta parte es poco conocida para los cientos de turistas que poblan las otras partes de las dunas. Aquí, de entrada, todos hablan español porque suponen que eres de la isla o al menos, del país.
Ese día estaba con alguien que había conocido en las dunas, en una parte donde los heterosexuales tienen sexo y de la que les hablaré en otra historia. En el atardecer, cerca al faro, una cerveza de 2.50€ amenizaba la charla. Él, un chico de Italia, curioso, me contaba cómo se follaba a su novia mientras en mi cabeza estaba la imagen de verlo en las dunas totalmente desnudo y teniendo acción. Cada parte de la conversación, cada momento que hablaba, solo hacía que mi verga, que no había descargado ese día a pesar de la exposición a tanto sexo sin control, empezara a lubricar por debajo de mi sudadera sin control. No se si se dio cuenta, más por la cantidad de veces que me llevaba la mano al bolsillo para sobarla, pero era eso que necesitaba para poder descargar sin control.
Al despedirnos, de un abrazo, era notable que estaba erecto. Yo también. Media hora de morboseo y de hablar de las dunas tenían su efecto, especialmente cuando no podía tener sexo con su novia porque estaba en cuarentena y yo, no había hecho ni una sola mamada en todo el día. Tomé el camino hacia la ciudad, por todo el borde del parque y justo al cruzar el puente sobre el río, estaba la entrada a los Camellos. Si, el mismo sitio de hace dos años. Varios carros estacionados y varios merodeando el lugar eran apenas invitación. Yo, que estaba a punto de descargar porque tenía un día de total excitacion, no pude evitar entrar al sitio. No sabía si podía repetir lo mismo de hace dos años, pero esa precisamente es la magia del cruising. Siempre es aleatorio.
Entre las ramas de los árboles, entre los laberintos que crean las dunas y los troncos que parecen una escena de una película de terror, hombres de todas las edades divagan como perdidos buscando a alguien con quien satisfacer el deseo del día. Y se nota que van de prisa, que no quieren nada más que algo express, porque algunos aún tienen las llaves del carro en las manos. Uno de ellos, a quien me crucé en el camino, tenía el carnet de la empresa aún colgando en el cuello y una cara que solo decía con la mirada que necesitaba algo urgente.
— “Hola, ¿quieres leche, verdad?”, me dice de forma directa.
Fueron palabras para mis oídos. Inmediatamente dije que si, sin mediar palabra, como a aquellos dos desconocidos de hace dos años a quienes terminé siendo su pequeño juguete. Me llevó como quien conociera el sitio con total seguridad a un rincón donde nadie nos podía ver y sin siquiera decir más, se abre la pantaloneta y deja salir su verga por fin. Digo esto, porque es de esas veces en las que después de todo un día de oficina, sobándola, viendo porno entre pestañas de Excel, finalmente puedes dejar salir todo lo que llevas dentro. Por eso, sin más, me arrodille y me la metí en la boca, no sin antes escupirla como me gusta hacer.
Fuertemente, sin tregua, la llevo hasta dentro de la garganta, hasta que me cause arcadas. Una mamada sin lágrimas en los ojos, se siente incompleta. Creo. Por eso, embestida tras embestida, una y otra vez, solo quería sacarle leche hasta que el sol terminara por irse y el pudiese volver a su casa. Con cada mamada, era notable que solo quería que estuviera lo más pegado a él, aunque eso me provocara ganas de escupir. Pero mejor aún, mi saliva escurría en mi verga y esto hacía que solamente siguiera haciéndolo más y más fuerte.
Supe que no podía más, que su cuerpo estaba al límite cuando agarra mi cabeza, aún con las llaves del coche en su mano y me abraza contra su boca como queriendo cogerme. Sin soltarme, me dice casi de forma ahogada que se iba a correr, y que por fin, tenía mi leche. El sabor era delicioso. Dulce, cremosa, como aquello que le faltaba al día para que terminara de forma correcta después de tanta búsqueda en los laberintos. Solo con probarla, con saber que corría en mi, me corrí de inmediato en la arena de las dunas.
— “¿Te puedo tomar una foto?” Me dice, completamente transfigurado de la bestia que hacía minutos había estado conmigo. “Es que se te ve muy bien la leche en la boca. Eres guapo”.
Le doy mi celular y me toma la foto. Un beso de despedida, tratando de evitar su propia leche, supongo. Se aleja por las dunas, rumbo a su casa donde quien sabe quién le espera ; de la misma forma que yo, ya cansado, regreso al hotel.