1:22 pm. Digamos que no era un día usual. Hacía muchos días ..

1:22 pm. Digamos que no era un día usual. Hacía muchos días no me podía masturbar y acababa de llegar de un largo viaje. Una merienda rápida, en ropa interior, mientras movía la pantalla del teléfono leyendo mensajes morbosos de personas que había conocido la noche anterior.

2:34 pm. Trataba de tener un día normal. Debía, claro, ir a mis tareas asignadas en agenda como ir a mis sesiones de rehabilitación. Mi cabeza no podía dejar de mandarme señales.

3:59 pm. Terminando la última rutina del día, en el banco del gimnasio, estando más que excitado y alterado. Todo el ambiente de entrenar no es proclive a que alivie un constante estado de alerta: el sudor, el ver hombres en pleno verano poniéndose más duros, la testosterona que corre, los vestidores. Nada ayudaba, por más que me metía la mano en la ropa lo que conseguía era seguir lentamente estimulándome.

5:33 pm. Los pantalones fuera, los audífonos en la cabeza. Una conversación de video con alguien al cual le dije que quería hacer edging durante un buen rato. Un chico con una verga enorme, de Estados Unidos quería masturbarse para mi y ayudar a alimentar mi morbo. No podía hacer más que ver.

6:55 pm. Otro me había pasado un video. Una escena de dos chicos que tienen sexo en un paradero de bus, cuarenta minutos alargando más y más un orgasmo que llevaba mucho en el tintero.

8:37 pm. Llega un punto en el que quería ponerme cómodo. Había visto dos desconocidos correrse en mi pantalla. Unas cuantas escenas. Mucha saliva empándome la verga. Un cockring había aparecido y me lo había puesto para controlar aun más lo que llevaba horas y horas en preparación.

10:04 pm. Uno se detiene. Pausa, ve una escena suave, chatea. De repente, vuelve todo y el desenfreno de seguir másturbandose acelera todo. Te quieres tocar, pero tocar todo lo que pueden tus dedos alcanzar. Me toco el culo, una y otra y otra vez, masajeándolo como aquellas pajas que me hacía cuando en mi época del colegio empezaba a hacerme. Me levantaba, me exhibía para uno de aquellos que por cámara me lo pedía antes que su esposa les pillara o que su jefe tocara la puerta.

12:41 am. Llega un punto en que la verga está en un estado de constante alerta. La tocas, se mueve, palpita; la escupes, con lo que te queda de saliva y reacciona. Los huevos, que estás acelerando constantemente con orgasmos atrapados, siguen produciendo lo que deben producir mientras que las manos toca intercalarlas para que no me canse.

2:01 am. Llevo horas, he visto a unas cinco personas a estas alturas y he frenado unos tres orgasmos. Cuando siento que me corro, aprieto con el pulgar el glande para evitar correrme. Se vuelve un juego de tira y afloja, sexual, donde como adulto tengo un juguete con el cual darme placer: mi propia verga. ¿Qué es inmaduro? ¿Qué es algo que superar? ¿Según quién? Nada. Uno puede crecer años y años y jugar con el placer del cuerpo no se desconoce: por lo contrario, se aumenta.

2:31 am. Sucede. Convencí a un amigo de paja en poner su cámara y verme. Quería, en esa parte del ego o del orgullo animal que cargamos independientemente de la orientación sexual, mostrarle al otro lo que podemos hacer. Quería que él viera como me corría, como gemía, como disparaba. Él, alguien que lo disfruta tanto como yo, quería ver como su colega lo hacía. Yo, quería explotar.

2:46 am. En el suelo queda la evidencia de lo que fueron horas y horas de alargar un orgasmo que no parecía tener final. Una de esas corridas que uno sabe que no se tienen todos los días, que provocan más que limpiar, lamerlas y sentirse ese animal que humanamente encadenamos dentro.

3:37 am. Luego de comer, regreso a mi cuarto. Todo se siente áspero: la pantalla, de tanta saliva en mis dedos, al igual que mi computador son testigos de tanta lujuria sostenidas han agarrado una película táctil que dificulta poderlos usar. ¿Qué si es una guarrada? Lo es. ¿Qué lo volvería a hacer? Por supuesto que sí.

No todos los días me regalo placer por tanto tiempo.