

Ustedes me conocen. Saben que mi forma de viajar es extraña: viajo por mi, lo entiendo, movido por mis gustos. No revisó blogs de viajes, ni sigo cuentas de viajeros, porque tampoco es que me entusiasmen. Viajo para satisfacer mis curiosidades, aunque eso me cueste relevancia o números. Pero entre esas curiosidades están los lugares abandonados.
Al costado de la carretera, ví como una silueta saltaba por el borde de la curva y lo primero que hice fue tratar de estacionarme donde no quedase alejado de ella. Sabía que eso que veía arropado en la colina estaba abandonado: una iglesia.
Empecé a rodear el complejo y noté que por un costado, muy bajo, una de las puertas laterales tenía un agujero en la parte baja. Conocía los límites de mi cuerpo y decidí escabullirme.
Vacía, estéril, apenas bañada por la luz; ahí estaba una iglesia desnuda del siglo XII enteramente para mi. Unas lápidas en el suelo, un altar escueto, pero unos arcos centenarios que sostenían el peso del abandono.
¿Es que, cuando uno encuentra un escenario así, para uno solo?
Porque estas son las recompensas de la curiosidad.
Pensé si sería buena idea tomarme una foto desnudo dentro. Vi que sería imposible que alguien llegara así que corriendo, me quité la ropa y la dejé en el escalón de entrada. Primero los zapatos, luego, los pantalones y la camiseta. Dejé todo doblado ahí y armé el trípode.
Puse el temporizador y me tomé la primera foto, saltando. Luego, volví y tomé otras dos, esta vez de pie. Contando desde la primera foto hasta esta, no pasó más de un minuto. Entonces, programando la cuarta foto, sucedió lo que no esperaba.
Dentro de la iglesia empecé a oír dos voces que lentamente se acercaban. Rápidamente me puse el pantalón, los zapatos y la camiseta. Tomé la ropa interior y las medias y las metí en los bolsillos, esperando que hubiera tiempo después para hacerlo con calma. Tomé el móvil, salí por el agujero, apenas a tiempo para correr detrás de la iglesia y esperar a que las voces se acercaran.
Entonces giré y vi a dos señores justo donde segundos antes estaba yo. Los saludé. Hablamos si era posible entrar, en lo que les señalé el agujero de la puerta.
—Yo no me metería ahí.
—¿Por que? —pregunté curioso.
—Bueno, por las cámaras. ¿Viste los letreros?
— …
En eso señaló hacia la bohardilla.
“Seguramente no funcionan”, dije como para indultarme lo que había hecho. “Puede que pongan eso para desquitarse en caso de un accidente”, replican. Seguramente es eso, claro.
—Por favor, no muestres esto, que da pena este abandono, —me dicen.
Yo en mi cabeza, pensando, bailaba la idea de la cámara de seguiridad.
—Pues mira, lo muestro en redes para que también sirva de denuncia y de aprecio.
Quedamos en un corto silencio.
Di media vuelta y salí, presuroso, antes que llegaran los de vigilancia. Y lo único que tuve a cambio, fue una foto desnudo dentro de una iglesia.
Nada mal, nada mal.