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Yerevan, Armenia. 11:20 pm. Entonces eran las 11:00. Había ..

Yerevan, Armenia. 11:20 pm. Entonces eran las 11:00. Había terminado una cerveza con un chico que había conocido días atrás en Yerevan y mis pies, que de tanto caminar por la ciudad ya dolían decidieron que no podían más. Entonces, hice lo que casi nunca hago cuando viajo: tomar un taxi. Al final no era tan lejos, pero desde el otro extremo del centro y a esa hora, venía como agua de mayo. Al entrar al taxi, me escribe en el chat cual era la dirección. Para ello, cargo el traductor con el ruso descargado con el que podemos hablar y traducir mutuamente todo. No era lejos no tan difícil, y el tipo se veía bastante cómodo. Incluso tenía puesta musica de Eurovisión, a lo que había puesto Chanel al intuir erróneamente que yo era español. Todo normal y folclórico hasta aquí. Entonces me fije como, la lado de la palanca de cambios había uno de estos juguetes masturbadores, un fleshjack tal cual como el que he recomendado a algunos comprar aquí. Lo miré y me miró con una mirada un tanto inquieta. Entonces, para decirle que se relajara, le escribí en el traductor que yo tenía uno de esos en casa. De aquí en adelante, la dinámica cambió. De una forma casi intuitiva e inocente, le dije con mis manos que yo también me hacía la paja. Toca así, porque cuando no conoces el idioma, los gestos dicen más que las palabras. Y claro, el traductor resulta esa arma infalible que ayuda a flexibilizar todo, porque al ponerle el micrófono, me dice que tiene uno extra también. Por un segundo fui inocente y no sabía a qué se refería, pero luego caí en cuenta que había una posible intención: ¿por qué un taxista iría con dos fleshjacks en su carro? Lo miré y mientras manejaba, con su mano libre, hizo el mismo gesto pajero que yo hice. Sí, me estaba invitando a una paja. Pero había un pequeño, diminuto problema: había llego a la puerta de mi casa ya. Entonces, estaciona el taxi y me escribe en el chat que conoce un sitio, un tanto retirado al borde de la ciudad donde podemos estar bien. Qué hay otros, pero a veces cae la policía, pero mientras estemos en el coche estamos bien. ¿En ese momento, uno que hace? ¿Se deja llevar o el miedo de estar en un país distinto, tan restrictivo para estas cosas podía más? Pero, que podía pasar, ¿dos “amigos” haciéndose la paja en un carro no clasifica como “gay”, o si? ¿Depende del policía? Todo eso en un segundo. En el mismo que le dije que sí. En poco menos de 10 minutos llegamos. Apaga el carro, echamos los asientos atrás y saca de una bolsa negra, el segundo juguete: un tanto más grande, pero igual de morboso que el primero. Nos miramos, como queriendo ver quién se atrevía primero, cosa que, la adrenalina misma del momento hiciera que yo diera el primer paso: me baje el cierre y me saqué la verga delante de él. Tomé el juguete y empecé a lamerlo para no antes, deslizarlo. Justo al volver la cara, me di cuenta que hacía lo mismo con el suyo. Estaba duro. No, más que eso: el extremo total de estar duro. Tenía la verga a reventar, partiendo con que tenía puesto el cockring porque esperaba esa noche tener acción con el chico pero no se dieron las cosas. Pero por estas cosas que inexplicablemente pasan, estaba haciéndome una paja con un taxista en una calle de la ciudad. Su verga era tremendamente gruesa, se veía como al meterse el juguete sexual no podía dejar de traspasarlo y cómo gemía al hacerlo. Me causaba aun más morbo pensar que esta era su salida social, que lo hacía frecuentemente en su coche, que se masturbaba mientras trabajaba: uno de esos como yo. Tomé mi móvil y le hice la seña preguntándole si podía grabar a lo que sorprendentemente dice que sí. De aquí ya la cosa pasaba a ser tremendamente morbosa: la paja no hacía sino crecer, lo grababa mientras se pajeaba y abría las piernas y lo miraba con señal de aprobación, como diciéndole que lo estaba haciendo de forma magnífica. Todo sin palabras, todo con gestos, jadeos y sudor. Tiende, sin medida alguna, su mano. Sí, tiró su mano directamente en mi juguete y me ha empezado a masturbar. Sonríe, como sabiendo exactamente que hacía, mientras él movía la suya a la misma velocidad. Notaba que el calor dentro del carro subía, y que íbamos a poner las ventanas peor. Miraba a todos los lados, con algo de miedo, y si veía alguna sirena reflejándose a lo lejos me daba pánico a cuotas y subía mis pantalones. Pero él, quien se notaba sabía lo que hacía, me decía que todo estaba bien, de nuevo, con sus gestos. Eso hizo que entrara en mucha confianza. Que a pesar de haber bajado un poco la ventana para respirar, y que alguien muy curioso pudiese mirar dentro y vernos, los vidrios polarizados y el agite de ambos podía más. Fue entonces que me la jugué toda. Le agarré la verga y en un impuso, lo masturbé como lo hago acá en los tutoriales. Con el pulgar masajeaba la punta, mientras con los otros dedos apretaba y dejaba soltar. Notaba como se echaba hacia atrás y gemía, sin pretender que acabara aún. Solo quería disfrutar el momento hasta el menor detalle. Era tanto, que cuando ví que estaba al más alto nivel de excitación, le retiré el juguete y fui directamente a chuparle la verga. Gruesa, de estas que engañan al verla por primera vez: al ser el corpulento, a primera vista era una cosa pero tenerla en la boca, era otra. Me agarró con la mano y sin dudarlo, me la enterró entera en la garganta, mandando empujones una y otra vez mientras sudaba de placer, dejándosela finalmente llena de saliva, lista para seguir pajeándonos. Ya me sudaba todo, guevos, culo, verga. Mi mano se desliaba a tocarme y la de él, viendo el momento, no hizo sino acompañarme en eso mismo. Tomando su móvil, ha puesto porno para distraernos y yo, un tanto frikeado, seguía viendo a los lados para que nadie nos pillara. ¿Pero que iba a pasar? En la pantalla discurrían escenas de chicos siendo bañados en leche, mientras aquí, un pasajero y un taxista no hacían más que masturbarse mutuamente como si tuvieran una relación de confianza anterior a los hechos. Fue tanto, que no pude controlarme, y empecé a avisar con mi cuerpo, que la leche me corría hacia la punta. No podía controlarlo más. Ha tomado un pequeño vasito de café y para no ensuciar las cosas, -o para que no quedara evidencia-, ha tomado todo mi semen en él. No fue sino cuestión de minutos que con tal escena, con sus dedos aun empapados con el sudor de mis piernas y fantaseando con quién sabe qué momento, ha hecho exactamente lo mismo y se ha corrido. Respiramos. Nos miramos lado a lado, como queriendo decir “qué bien lo hemos hecho”. Nos subimos los pantalones, limpiándonos con una toalla húmeda lo poco o nada que quedaba de evidencia de aquella aventura armena. De regreso a casa, mientras acariciaba su mano con la mía, me ha dicho en el chat que era fanático del Real Madrid sonriendo. Un abrazo, un beso fugaz, y adiós.

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