







Yerevan, Armenia 40°10'19.7"N 44°31'36.4"E https://maps.app.goo.gl/1sRjwUWSdiTSiyo77?g_st=ic 6:30 pm. — Pues me ha gustado mucho lo que vi, me dice desde el otro lado de la pantalla. Había quedado en el chat con él después de habernos visto por cámara en una de estas páginas de cámara con cámara donde quedas verga a verga con alguien. Parecía interesante, relajado, hablaba inglés y definitivamente era guapo. Me preguntó cuales eran mis ideas de venir a Yerevan y que si como turista buscaba algo en especial. Si, la conversación había empezado sexual pero precisamente en el alcance de la confianza que tuvimos, el tono cambió. Debe ser porque para otro extranjero en la ciudad, tener una vida con otras personas del colectivo en un país donde está tan oculto serlo, se ve como una medida de afianzamiento y seguridad. Por eso mismo, en lugar de quedar para tener sexo en su casa, decidimos mejor dar un paseo. Aquí es donde mi respuesta a su pregunta salió a la luz: “pues me gustan los lugares abandonados”. Había visto uno que me interesaba muchísimo, cerca al Estadio Nacional, una especie de spa con piscina olímpica que fue construida por los sovieticos con un revival de arquitectura nacionalista pero que había caído en desgracia. Tenía miedo que hubiera corrido la misma suerte de las piscinas de Rubí en Barcelona, que después de visitarlas habían desparecido por una demolición. ¿Pero que tenía que perder? Podía encontrarme con él, ir al sitio y tomar unas buenas fotos. — Es mi primera vez yendo a un sitio abandonado, —me dice. — Pues es mi primera vez conociendo a alguien de Dirtyroullete, —le respondí refiriéndome a la página de pajas donde nos habíamos visto. Media hora después nos veíamos en un monumento muy cerca de nuestras casas. Él, cómodamente vestido, era un ruso de estos que habían huido del país ante la orden de reclutamiento forzado y se había asentado en algún país periférico mientras la situación cambiaba. ¿Que si era guapo? Esta tremendamente bueno. Era todo y más lo que había pensado que podía ser. Pero aún así, sabía que las intenciones de este recorrido era simplemente conocernos mejor más mis intenciones de ir al lugar abandonado no eran más que esas. No, no tenía ninguna intención alguna de tener sexo con él. Cruzamos un barrio un tanto complejo donde un señor en ruso definido, nos señala un camino un tanto abandonado hacia la piscina. En dicho camino, un grafiti de como agarrar los genitales a otro en forma de defensa personal nos habría en tintes sutiles el camino a la conversación que tendríamos después : el cómo se pude tener vida gay en una ciudad tan en el closet. Entramos en los complejos de la piscina, donde solamente éramos el sol, un perro desde una terraza que no paraba de ladrar y los dos. Habían rastros de colchones, lo cual podría decirse que durante el invierno personas sin hogar hacían de este lugar su hogar y que es, precisamente una de las complejidades de hacer urbex ya que puedes sin saberlo invadir el espacio de alguien. Afortunadamente, el sitio parecía desierto desde hace meses y que no había absolutamente nadie en el lugar. Me contaba que desde que llegó a la ciudad, había visto como es de complejo acercarse a tener citas con otros chicos o incluso quedar con ellos, que muchos de hecho habían hecho la vista gorda con su sexualidad y adoptan conductas heterosexuales como forma de protegerse, aún sabiendo que en lo privado son otros. Yo, curioso, contaba precisamente que en varios países donde sucede eso y que había visitado, daba que los locales se vuelven mucho más arriesgados y puntuales a la hora de tener sexo, y recordé justamente como me pasó lo que me pasó con el taxista el otro día. — ¿Has tenido algo en estos sitios?, — pregunta curioso. — Si pero casi siempre solo. Me gusta pajearme en ellos, cuando me siento seguro. Una vez, eso sí, con un exnovio en Panamá tuvimos sexo en una base militar abandonada. Creo que ha sido de lo mejor. Mirándome como con curiosidad, algo se le disparó dentro. La conversación seguía mientras subíamos los niveles del complejo. Me preguntaba si me tomaba fotos en los sitios y le respondía que sí, que tenía cierto morbo por hacerlo en lugares abandonados y desnudo. Que tenía incluso un morbo por hacerlo con ciertas poses y que estaba preparando una exposición al respecto. Miraba alrededor, cambiábamos del tema y sorteábamos el edificio. Le decía, claro, que trucos hacer cuando visitara estos lugares ya que era su primera vez: mirar que no hubiera animales, que las escaleras estuvieran en buen estado y si no, caminar por el borde pegado a la pared, evitar filtraciones de agua, etc. parecía estar muy interesado en todo lo que le iba enseñando a medida que nos movíamos por el lugar. Empezaba hacerse de noche y le dije que deberíamos salir a lo que empecé a acercarme lentamente por donde íbamos directo al camino de regreso. En eso, viendo que las cosas empezaban a cambiar, se ha detenido y me dice que si estaba seguro que yo me quería ir. — Ya que estamos aquí, no te gustaría…no se, ¿hacer algo? Y claro, entendí perfectamente que quería. Si nos habíamos visto haciéndonos la paja, más las preguntas en el día, la excitación misma de estar en un lugar abandonado por primera vez y la oportunidad de hacerlo ahí mismo podían más. Inmediatamente se me puso dura y le dije, contundentemente que sí. Por eso buscamos rápidamente un espacio donde no pudieran vernos desde la calle, o donde el perro agresivo desde arriba no pusiera bajar, ya que eso arruinaría todo. ¿Lo peor? No lo conseguimos. Había un minúsculo espacio debajo de la gradería, pero muy buen conectado con múltiples formas de entrar. No, no le importó nada y parecía decidido sin dudarlo. Tanto, que se lanzó directamente a besarme y a meterme la mano en el pantalón. Todo fue tan rápido, tan acelerado que no teníamos tiempo que perder: la luz se iba, las ganas estaban y podían encontrarnos en total impunidad en un lugar donde podría suceder de todo. En menos de un segundo, hemos abierto el pantalón y nos hemos sacado cada uno las vergas: la suya, totalmente dura y húmeda de todo el precum producido con las conversaciones apenas eran invitación tentadora a tirarme de rodillas y chupársela. Lo hice sin duda alguna, sin mediar palabra. Sin siquiera decirle que esperábamos. Nada. Solo la agarré, la escupí, y me dediqué brutalmente a metérmela toda dentro. Sujetándome la cabeza, mirando alrededor, solo me decía que siguiera, que nadie se lo había hecho tan profundo. Todas esas ganas de tener sexo en un país tan represivo se daban explosión en un espacio abierto ante la seguridad que nos daba que estuviera abandonado. Escupiéndolo, agarrándolo de la cabeza y empujándolo a la mía, se ha dedicado a lo mismo: tragársela sin que hubiera un mañana. Yo, con miedo pero vigilante, solo podía empujársela cogiendome su garganta y haciéndolo producir más saliva, que sin nada que la detenga, caía al suelo. Todo ese forcejeo solo hacía que todo se tornara aún más delicado porque mientras más tiempo pasábamos, más riesgo había que nos pillaran. Los gemidos estaban ahogados, no queríamos llamar la atención del perro ni de alguien que curioso pasara y viera lo que hacíamos. Y creo, justamente que eso fue lo que hizo que no aguantara más y me sujetara de la garganta para disparar no uno, sino diez chorros de leche directamente en la garganta al mismo tiempo que yo no podía aguantar las ganas y correrme ahí mismo también. La sola sensación de tener leche caliente, pero con adrenalina en mi boca eran apenas suficientes para que no aguantara un segundo más. — Buen trabajo chiquito. ¿Quieres una foto de las que te tomas? Y pícaramente me guía hacia uno de los espacios más abiertos del lugar y viéndome la cara de satisfacción que cargaba, y con mi verga aún chorreando leche de ambos, me ha hecho una foto.