


Algunas veces peque de codicia, de hambre y un sin fin de sensaciones que no saciaban mi ser. Pero admito que disfrutaba de las caricias vacías de ciertas manos frías sin sabor. Algunas veces que tuve el alma rota pensaba “¿y que culpa tienen las piernas de las pendejadas del corazón?”. Así que me adentre a mis caprichos, a ser egoísta y buscar aquello que hiciera que mis piernas se pusieran jugosas, a complacerme a mi antes que a cualquier persona.